Los que nos pasamos
largas horas delante de la pantalla de un ordenador, nos damos cuenta que cada
vez más, las personas nos comportamos como autómatas que necesitamos que nos
digan que hacer y que pensar en cada momento. Quizá por eso, y después de haber
disfrutado de la primera temporada de “Merlí”, una parte de este equipo se ha
decidido a recuperar una cinta que os sonará, “El club de los poetas muertos”
para continuar así, con nuestro repaso a los grandes clásicos modernos de la
historia del cine haciéndolo además, con una película que habla precisamente de
este tema, la necesidad de aprender a pensar.
Aunque bien podría
estar ambientada hoy en día, “El club de los poetas muertos” empieza
situándonos en la academia Welton (en Vermont), el primer día del curso 1959-60.
Allí, en el aula magna de la vetusta escuela, pronto se vislumbraran algunos
puntos que marcarán la vida de los protagonistas de la historia, principalmente
la férrea disciplina de los responsables de la misma y como no, el absoluto
control de los padres sobre la vida de sus hijos.
Una de las pocas
novedades de la presentación del curso y principal bocanada de aire fresco en
la misma, es la presentación del nuevo profesor de literatura, John Keating
(interpretado por Robin Williams), un antiguo alumno de la escuela.
Cuando las clases
empiezan en la academia Welton, estas repiten el mismo esquema: dictados,
lecturas, repeticiones, montañas de deberes y amenazas de sanción por dejar de
hacerlos, todas las asignaturas siguen el mismo patrón hasta que llega la
primera clase de Keating, quien por sorpresa de todos, les invita a salir del
aula e ir hasta un expositor que contiene una foto de la primera promoción de
Welton, un grupo de alumnos que según Keating, nunca consiguieron entender el
“carpe diem”.
Este es el punto de
partida para que el profesor Keating despliegue todo su arsenal y sus, para
época, alternativos métodos para conseguir que sus alumnos aprendan a decidir
por sí mismos. Entre sus alumnos, cuatro amigos (Neil, Todd, Knox y Charlie)
deciden recuperar un viejo club de la época de Keating, “El club de los poetas
muertos”, un club clandestino donde reunirse, leer poesía, hablar y en
definitiva, vivir.
Con el paso de los días
los problemas afloran en las vidas de los cuatro chavales; el deseo de Neil de
ser actor que choca con las ordenes y deseos de su autoritario padre, el tímido
Todd deberá buscar su oportunidad para dejar de serlo, el enamoradizo y miedoso
Knox tendrá la oportunidad de luchar por la chica que le gusta mientras que
Charlie tomará decisiones controvertidas para todos sin pensar ni en las
consecuencias ni en “¿esto está bien o mal?”.
Evidentemente, como
estamos ante un clásico os podríamos contar el desenlace de “El club de los
poetas muertos”, pero como siempre, preferimos que lo descubráis o mejor dicho,
lo redescubráis viéndola.
“El club de los poetas
muertos”, bajo nuestra modesta opinión tiene su principal hándicap en su argumento
y el desarrollo del mismo, ya que peca en exceso de previsibilidad y de falta
de riesgo en los problemas personales de los alumnos y su forma de enfrentarse
a ellos. Pese a todo, un conjunto de brillantes frases y diálogos y el correcto
ritmo narrativo de la misma, impide que el espectador se aburra durante las dos
horas de metraje.
En el lado opuesto, nos
encontramos con lo mejor de “El club de los poetas muertos”, sus
interpretaciones, con un protagonista absoluto que borda su trabajo, el
malogrado Robin Williams, muy bien secundado por una legión de jóvenes actores
(Ethan Kawke, Robert Sean Leonard, Gale Hansen y Josh Charles) que lejos de
amilanarse, rozan la perfección en sus papeles.
Por todo lo que os
hemos contado hasta ahora, nuestra nota final es de un 8 sobre 10 acompañando
nuestra recomendación de verla, como mínimo una vez en la vida. Y como en la
película acabamos con nuestro: “¡Oh capitán, mi capitán!”
Título original: “Dead
Poets Society” – 1989 – USA
Dirigida por: Peter
Weir
Duración: 124 minutos
Género: Drama